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Hugo Rafael
Chávez Frías
1954 - 2013

¡ Gracias
Libertador de la Patria Grande Latinoamericana por tu lucha ! |
NO A
LOS ASESINATOS SISTEMÁTICOS DE LUCHADORES
NO A LA
VIOLACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
NO A LA TRATA, NO A LA
PEDOFILIA, NO A LA VIOLENCIA DE GÉNERO

¡ Ley anti sectas ya !
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Mi mensaje, por Eva Perón
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Mensaje póstumo, a modo de testamento, de Eva
Perón al Pueblo argentino y al mundo
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A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del
imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus
miserias y en sus crímenes. Se dice defensor de la justicia
mientras extiende las garras de su rapiña sobre los bienes
de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia. Se
proclama defensor de la libertad mientras va encadenando a
todos los pueblos que de buena o de mala fe tienen que
aceptar sus inapelables exigencias.
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En estos últimos tiempos, durante las horas de mi enfermedad, he pensado
muchas veces en este mensaje de mi corazón. Quizás porque en "La Razón
de mi Vida" no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo
que escribir otra vez. He dejado demasiadas entrelíneas que debo llenar;
y esta vez no porque yo lo necesite. No. Mejor sería acaso para mí que
callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir, que quedase
para todos, como una palabra definitiva, todo lo que dije en el primero
de mis libros, pero mi amor y mi dolor no se conforman con aquella
mezcla desordenada de sentimientos y de pensamientos que dejé en las
páginas de "La Razón de mi Vida". Quiero demasiado a los descamisados, a
las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero
demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a
muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele
demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de
tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar. Si,
todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y el sol de
nuestra tierra, si todavía queda tanto dolor que mitigar y heridas que
restañar, cómo será donde nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus
manos la bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas
y sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud! Y como será
donde ya se ve la luz, pero demasiado lejos, y entonces la esperanza es
un inmenso dolor que se rebela y que quema en la carne y el alma de los
pueblos sedientos de libertad y justicia! Para ellos, para mi pueblo y
para todos los pueblos de la humanidad es "Mi Mensaje". Ya no quiero
explicarles nada de mi vida ni de mis obras. No quiero recibir ya ningún
elogio. Me tienen sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres
que pertenecen a la raza de los explotadores.
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Quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los
trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero demasiado
a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a
muerte por los imperialismos y los privilegiados de la
tierra.
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Quiero rebelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi
corazón. Quiero decirles la verdad que una humilde mujer del pueblo -¡la
primera mujer del pueblo que no se dejó deslumbrar por el poder ni por
la gloria!- aprendió en el mundo de los que mandan y gobiernan a los
pueblos de la humanidad. Quiero decirles la verdad que nunca fue dicha
por nadie, porque nadie fue capaz de seguir la farsa como yo, para saber
toda la verdad. Porque todos los que salieron del pueblo para recorrer
mi camino no regresaron nunca. Se dejaron deslumbrar por la fantasía
maravillosa de las alturas y se quedaron para gozar de la mentira. Yo me
vestí también con todos los honores de la gloria, de la vanidad y del
poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra. Todos los
países del mundo me rindieron sus homenajes, de alguna manera. Todo lo
que me quiso brindar el círculo de los hombres en que me toca vivir,
como mujer de un presidente extraordinario, lo acepté sonriendo,
"prestando mi cara" para guardar mi corazón. Sonriendo, en medio de la
farsa, conocí la verdad de todas sus mentiras. Yo puedo decir ahora lo
mucho que se miente, todo lo que se engaña y todo lo que se finge,
porque conozco a los hombres en sus grandezas y en sus miserias. Muchas
veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas
frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la
miseria. Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso
no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por
eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus
grandezas. Ahora conozco todas las verdades y todas las mentiras del
mundo. Tengo que decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo que decirlas
a todos los pueblos engañados de la humanidad. A los trabajadores, a las
mujeres, a los humildes descamisados de mi Patria y a todos los
descamisados de la tierra y a la infinita raza de los pueblos! como un
mensaje de mi corazón.
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Ahora conozco todas las verdades y todas las mentiras del
mundo. Tengo que decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo
que decirlas a todos los pueblos engañados de la humanidad.
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En "La Razón de mi Vida" dije con mis pobres palabras cómo un día
maravilloso de mi existencia me encontré con Perón. El ya estaba en la
lucha. Lo recuerdo como si lo viese, con la mirada llena de brillo, con
la frente levantada, con su limpia sonrisa, con su palabra encendida por
el fuego de su corazón. Vi desde el primer momento la sombra de sus
enemigos, acechando como buitres desde la altura o como víboras
pegajosas desde la tierra vencida. Vi a Perón demasiado solo,
excesivamente confiado en el poder vencedor de sus ideales, creyendo en
la primera palabra de todos los hombres como si fuese su propia palabra,
limpia y generosa, sincera y honrada. No me atrajeron ni su figura ni
los honores de su cargo y, menos, sus galones de militar.
Desde el primer momento yo vi su corazón, y sobre el pedestal de su
corazón, el mástil de sus ideales sosteniendo cerca del cielo la bandera
de su Patria y de su Pueblo. Vi su inmensa soledad, una soledad como la
de los cóndores, como la de las altas cumbres, como la soledad de las
estrellas en la inmensidad del infinito. Y a pesar de mi pequeñez,
decidí acompañarlo. Por seguirlo, por estar con él, hubiese sido y
hubiese hecho cualquier cosa menos torcer la ruta de su destino. Fue
cuando le dije un día: "estoy dispuesta a seguirlo, donde quiera que
vaya". Poco a poco yo entré también en sus batallas. A veces porque me
provocaron sus enemigos. Otras, porque me indignaron sus traiciones y
sus mentiras. Había decidido seguirlo a Perón, pero no me resignaba a
seguirlo de lejos, sabiéndolo rodeado de enemigos y ambiciosos que se
disfrazaban con palabras amistosas. Y de amigos que no sentían ni el
calor de la sombra de sus ideales. Yo quería estar con él los días y las
noches de su vida, en la paz de sus descansos y en las batallas de su
lucha. Ya sabia que él, como los cóndores, volaba alto y solo. ¡Y sin
embargo yo tenía que volar con él! Confieso que no medí desde el
principio toda la magnitud de mi decisión. Creí que podía ayudar a Perón
con mi cariño de mujer; con la compañía de mi corazón enamorado de su
persona y de su causa, pero nada más. Pensé que mi tarea, junto a su
soledad, era llenarla con la alegría y con los entusiasmos de mi
juventud.
Y así emprendimos el camino: alegres y felices en medio de la lucha. Un
día me confesó que yo, su pequeña "giovinota" como solía llamarme, era
la única compañía sincera y leal de su existencia. ¡Nunca como ese día
me dolió tanto mi pequeñez! ¡Ese día decidí hacer lo posible para
acompañarlo mejor! Recuerdo que le pedí que fuese mi maestro y él, en
las treguas de su lucha, me enseñó un poco de todo cuanto pude aprender.
Me gustaba leer a su lado.
Empezamos por "Las vidas paralelas" de Plutarco y seguimos después con
las "Cartas completas de Lord Chesterfield a su hijo Stanhope". En un
tiempo me enseñó un poco de los idiomas que él sabia: inglés, italiano y
francés. Sin que yo lo advirtiese, fui aprendiendo también a través de
sus conversaciones la historia de Napoleón, de Alejandro y de todos los
grandes de la historia. Y así fue que me enseñó también a ver de una
manera distinta nuestra propia historia. Con él aprendí a leer en el
panorama de las cuestiones políticas internas e internacionales. Muchas
veces me hablaba de sus sueños y de sus esperanzas, de sus grandes
ideales. Metida en un rincón de la vida de "mi Coronel", se me ocurre
que yo era algo así como un ramo de flores en su casa...
Nunca pretendí ser más que eso. Sin embargo, la lucha que se libraba en
torno de Perón era demasiado dura, muy grandes sus enemigos, casi
infinita su soledad y demasiado grande mi amor para que yo pudiese
conformarme con ser nada más que un poco de alegría en su camino.
La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón creyeron que yo
no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no habían
sabido sentir como yo quemando mi alma, el fuego de Perón, su grandeza y
su bondad, sus sueños y sus ideales. Ellos creyeron que yo "calculaba"
con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas. Yo
los conocí de cerca, uno por uno. Después, casi todos lo traicionaron a
Perón, algunos en octubre de 1945, otros más tarde. Me di el gusto de
insultarlos de frente, gritándoles en la cara la deslealtad y el
deshonor con que procedían o combatiéndolos hasta probar la falsía de
sus procedimientos y de sus intenciones. Yo me quedé sola junto a mi
coronel hasta que se lo llevaron prisionero. Desde aquellos días
desconfié de los amigos encumbrados y de los hombres de honor y me
aferré ciegamente a los hombres y mujeres humildes de mi pueblo que sin
tanto "honor", sin tantos títulos ni privilegios saben jugarse la vida
por un hombre, por una causa, por un ideal. ¡O por un simple sentimiento
del corazón! Aquellas primeras grandes desilusiones me hicieron ver con
claridad el camino: Perón no podía creer en nada ni en nadie que no
fuese su pueblo. Desde entonces se lo he dicho infinitas veces en todos
los tonos de voz como para que nunca se le olvide, en medio de tantas
palabras con que mienten su honor y lealtad los hombres que rodean por
lo general a un presidente. Los pueblos de la tierra no sólo deben
elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos
que tienen en las antesalas de todos los gobiernos. Yo cuidé por mi
pueblo a Perón y los eché de sus antesalas, a veces con una sonrisa, y a
veces también con las duras palabras de la verdad que dije de frente con
toda la indignación de mi rebeldía.
Los enemigos del pueblo fueron y siguen siendo los enemigos de Perón. Yo
los he visto llegar hasta él con todas las formas de la maldad y de la
mentira. Quiero denunciarlos definitivamente.
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Los enemigos del pueblo fueron
y siguen siendo los enemigos de Perón.
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Porque serán enemigos eternos de Perón y del pueblo aquí y en cualquier
parte del mundo donde se levante la bandera de la justicia y la
libertad. Nosotros los hemos vencido, pero ellos pertenecen a una raza
que nunca morirá definitivamente. Todos llevamos en la sangre la semilla
del egoísmo que nos puede hacer enemigos del pueblo y de su causa. Es
necesario aplastarla donde quiera que brote si queremos que alguna vez
el mundo alcance el mediodía brillante de los pueblos, si no queremos
que vuelva a caer la noche sobre su victoria. A los enemigos de Perón yo
los he conocido de cerca y de frente. Yo no me quedé jamás en la
retaguardia de sus luchas.
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Todos llevamos en la sangre la semilla del egoísmo que nos
puede hacer enemigos del pueblo y de su causa.
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Estuve en la primera línea de combate; peleando los días cortos y las
noches largas de mi afán, infinito como la sed de mi corazón, y cumplí
dos tareas. ¡No sé cuál fue más digna de una vida pequeña como la mía,
pero mi vida al fin! Una, pelear por los derechos de mi pueblo. La otra,
cuidar las espaldas de Perón. En esa doble tarea, inmensa para mi, que
no tenía más armas que mi corazón enardecido, conocí a los enemigos de
Perón y de mi pueblo. Son los mismos. iSí!
Nunca vi a nadie de nuestra raza y la raza de los pueblos peleando
contra Perón. A los otros en cambio, si... A veces los he visto fríos e
insensibles. Declaro con toda la fuerza de mi fanatismo que siempre me
repugnaron. Les he sentido frío de sapos o de culebras. Lo único que los
mueve es la envidia. No hay que tenerles miedo: la envidia de los sapos
nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores. Pero hay que apartarlos del
camino. No pueden estar cerca del pueblo ni de los hombres que el pueblo
elige para conducirlos. Y menos, pueden ser dirigentes del pueblo. Los
dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del pueblo. Si no, se
marean en la altura y no regresan. Yo los he visto también con el mareo
de las cumbres.
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Los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del
pueblo.
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Solamente los fanáticos - que son idealistas y son sectarios - no se
entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No
pueden servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay que estar
dispuestos a todo, incluso a morir. Los fríos no mueren por una causa,
sino de casualidad. Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos y todos
los fanatismos de la historia. Me gustan los héroes y los santos. Me
gustan los mártires, cualquiera sea la causa y la razón de su fanatismo.
El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente y heroico es
el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte. Por eso soy
fanática.
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Para servir al pueblo hay que estar dispuestos a todo,
incluso a morir.
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Daría mi vida por Perón y por el pueblo. Porque estoy segura que
solamente dándola me ganaré el derecho de vivir con ellos por toda la
eternidad. Así, fanáticas quiero que sean las mujeres de mi pueblo. Así,
fanáticos quiero que sean los trabajadores y los descamisados. El
fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus
batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus
enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a
corazón. Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero,
privilegios, jerarquías, poder y riquezas no podrán ser nunca fanáticos.
Porque no tienen corazón.
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Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero,
privilegios, jerarquías, poder y riquezas no podrán ser
nunca fanáticos. Porque no tienen corazón.
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Nosotros sí. Ellos no pueden ser idealistas, porque las ideas
tienen su raíz en la inteligencia, pero los ideales tienen su pedestal
en el corazón.
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Ellos no pueden ser idealistas, porque las ideas tienen su
raíz en la inteligencia, pero los ideales tienen
su pedestal en el corazón.
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No pueden ser fanáticos porque las sombras no pueden mirarse en el
espejo del sol. Frente a frente, ellos y nosotros, ellos con todas las
fuerzas del mundo y nosotros con nuestro fanatismo, siempre venceremos
nosotros. Tenemos que convencernos para siempre: el mundo será de los
pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del
fanatismo. Quemarnos para poder quemar, sin escuchar la sirena de los
mediocres y de los imbéciles que nos hablan de prudencia. Ellos, que
hablan de la dulzura y del amor, se olvidan que Cristo dijo: "¡Fuego he
venido a traer sobre la tierra y que más quiero sino que arda!" Cristo
nos dio un ejemplo divino de fanatismo.
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Tenemos que convencernos para siempre: el mundo será de los
pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego
sagrado del fanatismo. Quemarnos para poder quemar, sin
escuchar la sirena de los mediocres y de los imbéciles que
nos hablan de prudencia.
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¿Qué son a su lado los eternos predicadores de la mediocridad?
Yo he medido con la vara de mi corazón la frialdad y el fanatismo de los
hombres. Los dos extremos han desfilado permanentemente ante mis ojos.
El paisaje de estos años de mi vida es un inmenso contraste de luces y
sombras. En todos los momentos de esta vida mía me es dado contemplar y
sufrir ese tremendo encuentro del fanatismo y de la indiferencia.
Confieso que no me duele tanto el odio de los enemigos de Perón como la
frialdad y la indiferencia de los que debieron ser amigos de su causa
maravillosa. Comprendo más y casi diría que perdono más el odio de la
oligarquía que la frialdad de algún hijo bastardo del pueblo que no
siente ni comprende a Perón. Si alguna cosa tengo que reprocharle a las
altas jerarquías militares y clericales es precisamente su frialdad y su
indiferencia frente al drama de mi pueblo. Sí, no exagero: lo que sucede
en nuestro pueblo es drama, auténtico y extraordinario drama por la
posesión de la vida, de la felicidad, del simple y sencillo bienestar
que mi pueblo venia soñando desde el principio de su historia. El 17 de
octubre fue el encuentro del Pueblo con Perón. Aquella noche inolvidable
se selló el destino de los dos, y así empezó el inmenso drama...
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El 17 de octubre fue el encuentro del Pueblo con Perón.
Aquella noche inolvidable se selló el destino de los dos, y
así empezó el inmenso drama...
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Frente a un mundo de pueblos sometidos Perón levantó la bandera de
nuestra liberación. Frente a un mundo de pueblos explotados Perón
levantó la bandera de la justicia. Yo le sumé mi corazón y entrelacé las
dos banderas de la justicia y de la libertad con un poco de amor... pero
todo esto -la libertad, la justicia y el amor, Perón y su pueblo-, todo
esto es demasiado para que pueda mirarse con indiferencia o con
frialdad. Todo esto merece odio o merece amor. Los tibios, los
indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias, me dan
asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor.
Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los
pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del
odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos del pueblo. Hay
enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de
hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan
por nada. Son como "los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes".
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Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso
de los pueblos también los hombres se dividen en los tres
campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor. Hay
fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo.
Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre
que Dante señaló ya en las puertas del infierno.
Nunca se juegan por nada.
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Yo he visto a Perón peleando incansablemente por su pueblo frente a las
fuerzas dominantes de la humanidad. Este capítulo está dedicado a ellas.
No puedo callar porque sería mentirle a mi pueblo y a todos los pueblos
de la tierra que han sufrido y sufren la despiadada prepotencia de los
imperialismos. Es hora de decir la verdad, cueste lo que cueste y
caiga quien caiga. Existen en el mundo naciones explotadoras y naciones
explotadas.
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No puedo callar porque sería mentirle a mi pueblo y a todos
los pueblos de la tierra que han sufrido y sufren la
despiadada prepotencia de los
imperialismos.
Es hora de decir la verdad, cueste lo que cueste y caiga
quien caiga. Existen en el mundo naciones explotadoras y
naciones explotadas.
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Yo no diría nada si se tratase solamente de naciones, pero es que detrás
de cada nación que someten los imperialismos hay un pueblo de
esclavos, de hombres y mujeres explotados. Y aún las mismas
naciones imperialistas esconden siempre detrás de sus grandezas y de
sus oropeles la realidad amarga y dura de un pueblo sometido. Los
imperialismos han sido y son la causa de las más grandes desgracias de
una humanidad que se encarna en los pueblos. Esta es la hora de los
pueblos, que es como decir la hora de la humanidad. Todos los enemigos
de la humanidad tienen las horas contadas.
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Los imperialismos han sido y son la causa de las más grandes
desgracias de una humanidad
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¡También los imperialismos! En la hora de los pueblos lo único
compatible con la felicidad de los hombres será la existencia de
naciones justas, soberanas y libres, como quiere la doctrina de Perón. Y
esto sucederá en este siglo. Aunque parezca ya una letanía de mi
fanatismo sucederá, "caiga quien caiga y cueste lo que cueste".
¡Los imperialismos! A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la
desgracia del imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus
miserias y en sus crímenes. Se dice defensor de la justicia mientras
extiende las garras de su rapiña sobre los bienes de todos los pueblos
sometidos a su omnipotencia. Se proclama defensor de la libertad
mientras va encadenando a todos los pueblos que de buena o de mala fe
tienen que aceptar sus inapelables exigencias.
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A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del
imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus
miserias y en sus crímenes. Se dice defensor de la justicia
mientras extiende las garras de su rapiña sobre los bienes
de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia. Se
proclama defensor de la libertad mientras va encadenando a
todos los pueblos que de buena o de mala fe tienen que
aceptar sus inapelables exigencias.
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Pero más abominable aún que los imperialistas son los hombres de
las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando
por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos. Yo los he
conocido también de cerca. Frente a los imperialismos no sentí
otra cosa que la indignación del odio, pero frente a los entregadores de
sus pueblos, a ella sumé la infinita indignación de mi desprecio. Muchas
veces los he oído disculparse ante mi agresividad irónica y mordaz. "No
podemos hacer nada", decían. Los he oído muchas veces; en todos los
tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira...! Hay una sola
cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún
pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano. "No
podemos hacer nada" es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las
naciones sometidas. No lo dicen por convencimiento sino por
conveniencias.
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Frente a los imperialismos no sentí otra cosa que la
indignación del odio, pero frente a los entregadores de sus
pueblos, a ella sumé la infinita indignación de mi
desprecio. Muchas veces los he oído disculparse ante mi
agresividad irónica y mordaz. "No podemos hacer nada",
decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la
mentira. ¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira...!
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Nosotros somos un pequeño pueblo de la tierra, y sin embargo con
nosotros Perón decidió ganar, frente al imperialismo capitalista,
nuestra propia justicia y nuestra propia libertad. Y somos justos y
libres. Podrá costar más o menos sacrificio ¡pero siempre se puede! No
hay nada que sea más fuerte que un pueblo. Lo único que se necesita es
decidirlo a ser justo, libre y soberano. ¿Los procedimientos? Hay mil
procedimientos eficaces para vencer: con armas o sin armas, de frente o
por la espalda, a la luz del día o a la sombra de la noche, con un gesto
de rabia o con una sonrisa, llorando o cantando, por los medios legales
o por los medios ilícitos que los mismos imperialismos utilizan en
contra de los pueblos. Yo me pregunto: ¿qué pueden hacer un millón de
acorazados, un millón de aviones y un millón de bombas atómicas contra
un pueblo que decide sabotear a sus amos hasta conseguir la libertad y
la justicia? Frente a la explotación inicua y execrable, todo es poco. Y
cualquier cosa es importante para vencer.
El arma de los imperialismos es el hambre. Nosotros, los pueblos
sabemos lo que es morir de hambre. El talón de Aquiles del
imperialismo son sus intereses. Donde esos intereses del
imperialismo se llamen "petróleo" basta, para vencerlos, con echar
una piedra en cada pozo.
Donde se llame cobre o estaño basta con que se rompan las máquinas que
los extraen de la tierra o que se crucen de brazos los trabajadores
explotados... ¡No pueden vencemos! Basta con que nos decidamos. Así
quiso que fuese Perón entre nosotros y vencimos. Ya no podrán jamás
arrebatarnos nuestra justicia, nuestra libertad y nuestra soberanía.
Tendrían que matarnos uno por uno a todos los argentinos. Y eso ya no
podrán hacerlo jamás.
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Tendrían que matarnos uno por uno a todos los argentinos.
Y eso ya no podrán hacerlo jamás.
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En años de lucha he aprendido cómo juegan su papel en el gobierno de los
pueblos las fuerzas políticas nacionales e internacionales, las fuerzas
económicas y espirituales de la tierra, y cómo se disfrazan las
ambiciones de los hombres. Yo he visto a Perón enfrentándolos de pie,
sereno e imperturbable, mirando siempre más allá de su vida y de su
tiempo, con los ojos puestos exclusivamente en la felicidad de su pueblo
y en la grandeza de su Patria. Nada ni nadie pudo ni podrá apartarlo de
su camino. Yo recuerdo cómo, en los primeros tiempos de su lucha, debió
enfrentar la calumnia que intentaba separarlo de sus descamisados:
decían que él era un peligro para el pueblo porque era militar. Algunos
años después, como la calumnia no prosperó, sus enemigos trataron de
enfrentarlo con las fuerzas armadas. Decían que Perón intentaba crear
una fuerza en los trabajadores para sustituir el influjo militar en el
Gobierno de la República. Sobre todas estas cosas quiero decir la verdad
¡mi auténtica verdad! y espero que alguna vez se imponga sobre tanta
mentira, o por lo menos -aunque no me crean- sirva para algo a los
pueblos del mundo en sus luchas por la justicia y por la libertad.
Declaro que pertenezco ineludiblemente y para siempre a la "ignominiosa
raza de los pueblos". De mí no se dirá jamás que traicioné a mi pueblo,
mareada por las alturas del poder y de la gloria. Eso lo saben todos los
pobres y todos los ricos de mi tierra, por eso me quieren los
descamisados y los otros me odian y me calumnian.
Nadie niega en mi Patria que, para bien o para mal, yo no me dejé
arrancar el alma que traje de la calle. Por eso, porque sigo pensando y
sintiendo como pueblo, no he podido vencer todavía nuestro
"resentimiento" con la oligarquía que nos explotó. ¡Ni quiero vencerlo!
Lo digo todos los días con mi vieja indignación descamisada, dura y
torpe, pero sincera como la luz que no sabe cuando alumbra y cuando
quema. Como el viento que no distingue entre borrar las nubes del cielo
y sembrar la desolación en su camino. No entiendo los términos medios ni
las cosas equilibradas. Sólo reconozco dos palabras como hijas
predilectas de mi corazón: el odio y el amor. Nunca sé cuando odio ni
cuando estoy amando, y en este encuentro confuso del odio y del amor
frente a la oligarquía de mi tierra -y frente a todas las oligarquías
del mundo- no he podido encontrar el equilibrio que me reconcilie con
las fuerzas que sirvieron antaño entre nosotros a la raza maldita de los
explotadores.
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Nadie niega en mi Patria que, para bien o para mal, yo no me
dejé arrancar el alma que traje de la calle. Por eso, porque
sigo pensando y sintiendo como pueblo
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Me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el
incendio de mi amor -no lo sé todavía-, en contra del privilegio que
constituyen todavía los altos círculos de las fuerzas armadas y
clericales. Tengo plena conciencia de lo que escribo. Sé lo que sienten
y lo que piensan de esos círculos los hombres y mujeres humildes que
constituyen el pueblo. Todos los pueblos de la humanidad. Yo no los
condeno personalmente. Aunque personalmente me combatieron y me combaten
como enemiga declarada de sus propósitos y de sus intenciones. En el
fondo de mi corazón, yo no deseo otra cosa que salvarlos con mi
acusación, señalándoles el camino del pueblo por donde llega el porvenir
de la humanidad. Yo sé que la religión es el alma de los pueblos y que a
los pueblos les gusta ver en sus ejércitos la fuerza pujante de sus
muchachos como garantía de su libertad y expresión de la grandeza de su
Patria. Pero sé también que a los pueblos les repugna la prepotencia
militar que se atribuye el monopolio de la Patria, y que no se concilian
la humildad y la pobreza de Cristo con la fastuosa soberbia de los
dignatarios eclesiásticos que se atribuyen el monopolio absoluto de la
religión. La Patria es del pueblo, lo mismo que la Religión.
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Pero sé también que a los pueblos les repugna la prepotencia
militar que se atribuye el monopolio de la Patria, y que no
se concilian la humildad y la pobreza de Cristo con la
fastuosa soberbia de los dignatarios eclesiásticos que se
atribuyen el monopolio absoluto de la religión.
La Patria es del pueblo, lo mismo que la Religión.
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No soy antimilitarista ni anticlerical en el sentido en que quieren
hacerme aparecer mis enemigos. Lo saben los humildes sacerdotes del
pueblo que me comprenden a despecho de algunos altos dignatarios del
clero rodeados y cegados por la oligarquía. Lo saben los hombres
honrados que en las fuerzas armadas no han perdido contacto con el
pueblo. Los que no quieren comprenderme son los enemigos del pueblo
metidos a militares. Ellos desprecian al pueblo y por eso desprecian a
Perón, que siendo militar abrazó la causa del pueblo aún a costa de
abandonar en cierto momento su carrera militar. Yo veo no sólo el
panorama de mi propia tierra. Veo el panorama del mundo y en todas
partes hay pueblos sometidos por gobiernos que explotan a sus pueblos en
beneficio propio o de lejanos intereses. Y detrás de cada gobierno
impopular he aprendido a ver ya la presencia militar, solapada y
encubierta o descarada y prepotente. En este mensaje de mis verdades, no
puedo callar esta verdad irrefutable que se cierne como la más grande
sombra cubriendo los horizontes de la humanidad. Es necesario que los
pueblos destruyan los altos círculos de sus fuerzas militares gobernando
a las naciones.
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Es necesario que los pueblos destruyan los altos círculos de
sus fuerzas militares gobernando a las naciones.
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¿Cómo? Abriendo al pueblo sus cuadros dirigentes. Los ejércitos deben
ser del pueblo y servirlo.
Deben servir a la causa de la justicia y de la libertad. Es necesario
convencerlos de que la Patria no es una geografía de fronteras más o
menos dilatadas sino que es el pueblo. La Patria sufre o es feliz en el
pueblo que la forma. En la hora de nuestra raza, en la hora de los
pueblos, la Patria alcanzará su más alta verdad. Es necesario que los
ejércitos del mundo defiendan a sus pueblos sirviendo la causa de la
justicia y de la libertad. Solamente así se salvarán los pueblos de caer
en el odio contra "eso" que antes se llamaba Patria, y que era una
mentira más ¡una bella mentira que inventó la oligarquía cuando empezó a
vender la dignidad del pueblo, es decir la dignidad augusta y
maravillosa de la Patria!
Yo no sé si no será posible que alguna vez el mundo cancele todo cuanto
signifique una fuerza de agresión y desaparezca la necesidad de sostener
ejércitos para la defensa, pero mientras eso -que sería lo ideal, acaso
lo sobrenatural o lo imposible- no suceda, los pueblos del mundo deben
cuidar que sus fuerzas militares no se conviertan en cadenas o
instrumentos de su propia opresión.
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los pueblos del mundo deben cuidar que sus fuerzas militares
no se conviertan en cadenas
o instrumentos de su propia opresión
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El ejército de mi Patria custodió en 1946 las elecciones que consagraron
a Perón presidente de los argentinos. En aquella ocasión, fueron sus
militares una garantía para el pueblo. A pesar de eso, yo considero que
la función militar no debe ser en ningún caso garantía cívica de la
justicia y la libertad. Porque la fuerza suele tentar a los hombres, lo
mismo que el dinero. La garantía de la voluntad soberana del pueblo debe
estar en el propio pueblo. Sacarla de sus manos es reconocerle una
debilidad que no existe, porque los pueblos constituimos por nosotros
mismos la fuerza más poderosa que poseen las naciones. Lo único que
debemos hacer es adquirir plena conciencia del poder que poseemos y no
olvidarnos de que nadie puede hacer nada sin el pueblo, que nadie puede
hacer tampoco nada que no quiera el pueblo. ¡Sólo basta que los pueblos
nos decidamos a ser dueños de nuestros propios destinos! Todo lo demás
es cuestión de enfrentar al destino. ¡Basta eso para vencer! ¡Y si no
que lo diga nuestro pueblo!
En estos momentos el mundo es una inmensa fortaleza. Todos los gobiernos
han sido dominados por los altos círculos de sus fuerzas armadas. Así
como la Edad Media fue clerical y la iglesia gobernó sobre los pueblos
por medio de los reyes y los reyes dominaron a los pueblos valiéndose
del clero, así en la Edad de nuestro siglo las fuerzas armadas mandan
sobre los pueblos infiltradas en los gobiernos de las naciones y los
gobiernos oprimen y sojuzgan y explotan a los pueblos valiéndose del
instrumento colosal de sus ejércitos. Todo es militar en este mundo
nuestro. Yo no diría una sola palabra si las fuerzas armadas fuesen
instrumentos fieles al pueblo.
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las fuerzas armadas mandan sobre los pueblos infiltradas en
los gobiernos de las naciones y los gobiernos oprimen y
sojuzgan y explotan a los pueblos valiéndose del instrumento
colosal de sus ejércitos
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Pero no es así: casi siempre son carne de oligarquía. O porque la
oligarquía copó los altos círculos de la oficialidad, o porque los
oficiales a los que el pueblo dio a sus fuerzas armadas se entregaron,
olvidándose del pueblo, de sus dolores, y de su inmenso dolor! Nosotros,
el pueblo, tenemos que ganar las altas jerarquías de las fuerzas armadas
de las naciones. No se trata de destruirlas, aunque yo pienso que alguna
vez serán inútiles. Se trata de convertirlas al pueblo y después, cuando
todos sus dirigentes -sus oficiales- sean carne y alma del pueblo, habrá
que permanecer alertas, vigilándolas para que no se entreguen otra vez.
No creo que la solución sea la que adoptaron los espartanos en los años
de su decadencia y que los generales tengan que ser elegidos por el
pueblo. El pueblo sólo tiene que elegir a sus gobernantes para que ellos
hagan lo que el pueblo quiere. Los generales deben servir al gobierno
del pueblo con plena y absoluta conciencia de que nada en la Nación
puede sobreponerse ni oponerse a la voluntad del pueblo.
La patria no es patrimonio de ninguna fuerza. La patria es el pueblo y
nada puede sobreponerse al pueblo sin que corran peligro la libertad y
la justicia. Las fuerzas armadas sirven a la patria sirviendo al pueblo.
El gran error de algunas fuerzas armadas consiste en creer que servir a
la patria es una cosa distinta. Entonces, en aras de lo que ellos creen
que es la patria, no les importa sacrificar al pueblo, sometiéndolo a
las reglas de la prepotencia militar. En todos los siglos de la historia
ha sucedido lo mismo. El espíritu militar ha considerado que el gran
ideal de su existencia consistía en alcanzar la grandeza de la Nación y
que, ante ese objetivo supremo se justificaba todo, incluso sacrificar
la felicidad del pueblo. Perón nos ha enseñado que la felicidad del
pueblo es lo primero; que no se puede hacer la grandeza de un país con
un pueblo que no tiene bienestar. Las fuerzas armadas del mundo deben
convencerse de esta absoluta verdad del peronismo. Si no es así, los
pueblos mismos, por su propia mano, con la conciencia plena de nuestro
poderío insuperable, las iremos borrando de la historia de la humanidad.
Todas estas ideas y razones me llevan a decirle a mi pueblo y a todos
los pueblos del mundo en este mensaje de mis verdades: nadie puede más
que nosotros. Somos más fuertes que todas las fuerzas armadas de todas
las naciones juntas. Si nosotros no queremos que la fuerza bruta de las
armas nos domine, no podrá dominarnos. Con las armas pueden matarnos,
pero morir de hambre es más doloroso, y nosotros sabemos lo que es morir
por hambre! No podrán matarnos.
Los soldados son hijos nuestros y no se atreverán a tirar sobre sus
madres aunque los manden miles y miles de oficiales entregados y
vendidos a la oligarquía. Podrán vencemos un día, en la noche o de
sorpresa, pero si al día siguiente nos largamos a la calle, o nos
negamos a trabajar, o saboteamos todo cuanto ellos quieran mandar;
tendrán que resignarse a devolvernos la libertad y la justicia. Si toda
esta resistencia puede organizarse, mejor; si no, lo mismo venceremos
con tal de que tengamos plena conciencia de nuestro poderío soberano.
Debemos convencernos definitivamente de una sola cosa: de que el
gobierno debe ser del pueblo y que nadie sino el pueblo puede ocuparlo,
porque, si no, no será tampoco para el pueblo. La hora de los pueblos no
será alcanzada por nuestro siglo si no exigimos participación activa en
el gobierno de las naciones. Pero ¿cómo? Como nosotros lo hemos hecho en
nuestra tierra, gracias a Perón.
Llevando a los obreros y a las mujeres del pueblo a los más altos cargos
y responsabilidades del Estado. Y cuidando después que los dirigentes
políticos del pueblo y los dirigentes sindicales no pierdan contacto con
las masas que representan. Los gobernantes del pueblo deben seguir
viviendo con el pueblo. Es una condición fundamental para que los
pueblos no empiecen a sentirse traicionados. Y para gobernar con sentido
real de lo auténticamente popular.
Es lindo vivir con el pueblo. Sentirlo de cerca, sufrir con sus dolores
y gozar con la simple alegría de su corazón. Pero nada de todo eso se
puede si previamente no se ha decidido definitivamente encarnarse en el
pueblo, hacerse una sola carne con él para que todo dolor y toda
tristeza y angustia y toda alegría del pueblo sea lo mismo que si fuese
nuestra. Eso es lo que yo hice, poco a poco en mi vida. Por eso el
pueblo me alegra y me duele. Me alegra cuando lo veo feliz y cuando yo
puedo añadir un poco de mi vida a su felicidad. Me duele cuando sufre.
Cuando los hombres del pueblo o quienes tienen obligación de servirlo en
vez de buscar la felicidad del pueblo lo traicionan. También tengo para
ellos una palabra dura y amarga en este mensaje de mis verdades. Yo los
he visto marearse por las alturas. Dirigentes obreros entregados a los
amos de la oligarquía por una sonrisa, por un banquete o por unas
monedas. Los denuncio como traidores entre la inmensa masa de
trabajadores de mi pueblo y de todos los pueblos. Hay que cuidarse de
ellos: son los peores enemigos del pueblo porque han renegado de nuestra
raza. Sufrieron con nosotros pero se olvidaron de nuestro dolor para
gozar la vida sonriente que nosotros les dimos otorgándoles una
jerarquía sindical. Conocieron el mundo de la mentira, de la riqueza, de
la vanidad y en vez de pelear ante ellos por nosotros, por nuestra dura
y amarga verdad, se entregaron. No volverán jamás, pero si alguna vez
volviesen habría que sellarles la frente con el signo infamante de la
traición.
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Sufrieron con nosotros pero se olvidaron de nuestro dolor
para gozar la vida sonriente que nosotros les dimos
otorgándoles una jerarquía sindical. Conocieron el mundo de
la mentira, de la riqueza, de la vanidad y en vez de pelear
ante ellos por nosotros, por nuestra dura y amarga verdad,
se entregaron.
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Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo a las jerarquías clericales
cuya inmensa mayoría padece de una inconcebible indiferencia frente a la
realidad sufriente de los pueblos. Declaro con absoluta sinceridad que
me duelen como un desengaño estas palabras de mi dura verdad. Yo no he
visto sino por excepción entre los altos dignatarios del clero
generosidad y amor... como se merecía de ellos la doctrina de Cristo que
inspiró la doctrina de Perón. En ellos simplemente he visto mezquinos y
egoístas intereses y una sórdida ambición de privilegio. Yo los acuso
desde mi indignidad, no para el mal sino para el bien. No les reprocho
haberlo combatido sordamente a Perón desde sus conciliábulos con la
oligarquía. No les reprocho haber sido ingratos con Perón, que les dio
de su corazón cristiano lo mejor de su buena voluntad y de su fe. Les
reprocho haber abandonado a los pobres, a los humildes, a los
descamisados, a los enfermos, y haber preferido en cambio la gloria y
los honores de la oligarquía. Les reprocho haber traicionado a Cristo
que tuvo misericordia de las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo y
haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo
tras la cortina de humo con que lo inciensan.
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No les
reprocho haber sido ingratos con Perón, que les dio de su
corazón cristiano, lo mejor de su buena voluntad y de su fe.
Les reprocho haber abandonado a los pobres, a los humildes,
a los descamisados, a los enfermos, y haber preferido en
cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les
reprocho haber traicionado a Cristo que tuvo misericordia de
las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho
todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo
tras la cortina de humo con que lo inciensan.
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Yo soy y me siento cristiana. Soy católica, pero no comprendo que la
religión de Cristo sea compatible con la oligarquía y el privilegio.
Esto no lo entenderé jamás. Como no lo entiende el pueblo. El clero de
los nuevos tiempos, si quiere salvar al mundo de la destrucción
espiritual, tiene que convertirse al cristianismo. Empezar por descender
al pueblo. Como Cristo, vivir con el pueblo, sufrir con el pueblo,
sentir con el pueblo. Porque no viven ni sufren ni sienten ni piensan
con el pueblo, estos años de Perón están pesando sobre sus corazones sin
despertar una sola resonancia. Tienen el corazón cerrado y frío. ¡Ah, si
supieran qué lindo es el pueblo, se lanzarían a conquistarlo para Cristo
que hoy, como hace dos mil años, tiene misericordia de las turbas!
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Yo soy
y me siento cristiana. Soy católica, pero no comprendo que
la religión de Cristo sea compatible con la oligarquía y el
privilegio. Esto no lo entenderé jamás. Como no lo entiende
el pueblo. El clero de los nuevos tiempos, si quiere salvar
al mundo de la destrucción espiritual,
tiene
que convertirse al cristianismo.
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Cristo les pidió que evangelizasen a los pobres y ellos no debieron
jamás abandonar al pueblo donde está la inmensa masa oprimida de los
pobres. Los políticos clericales de todos los tiempos y en todos los
países quieren ejercer el dominio y aún la explotación del pueblo por
medio de la iglesia y la religión. Muchas veces, para desgracia de la
fe, el clero ha servido a los políticos enemigos del pueblo predicando
una estúpida resignación... que no sé todavía cómo puede conciliarse con
la dignidad humana ni con la sed de Justicia cuya bienaventuranza se
canta en el Evangelio.
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Los
políticos clericales de todos los tiempos y en todos los
países quieren ejercer el dominio y aún la explotación del
pueblo por medio de la iglesia y la religión. Muchas veces,
para desgracia de la fe, el clero ha servido a los políticos
enemigos del pueblo predicando una estúpida resignación...
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También el clero político pretende ejercer en todos los países el
dominio y aún la explotación del pueblo por medio del gobierno, lo que
también es peligroso para la felicidad del pueblo. Los dos caminos del
clericalismo político y de la política clerical deben ser evitados por
los pueblos del mundo si quieren ser alguna vez felices. Yo no creo,
como Lenín, que la religión sea el opio de los pueblos. La religión debe
ser, en cambio, la liberación de los pueblos; porque cuando el hombre se
enfrenta con Dios alcanza las alturas de su extraordinaria dignidad. Si
no hubiese Dios, si no estuviésemos destinados a Dios, si no existiese
religión, el hombre sería un poco de polvo derramado en el abismo de la
eternidad. Pero Dios existe y por El somos dignos, y por El todos somos
iguales, y ante El nadie tiene privilegios sobre nadie. ¡Todos somos
iguales!
Yo no comprendo entonces por qué, en nombre de la religión y en nombre
de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia. Ni por
qué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y en nombre de la
religión, esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad.
La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos.
Tiene que ser bandera de rebeldía.
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La
religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los
pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía.
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La religión está en el alma de los pueblos porque los pueblos viven
cerca de Dios, en contacto con el aire puro de la inmensidad. Nadie
puede impedir que los pueblos tengan fe. Si la perdiesen, toda la
humanidad estaría perdida para siempre. Yo me rebelo contra las
"religiones" que hacen agachar la frente de los hombres y el alma de los
pueblos. Eso no puede ser religión. La religión debe levantar la cabeza
de los hombres. Yo admiro a la religión que puede hacerle decir a un
humilde descamisado frente a un emperador: "¡Yo soy lo mismo que Usted,
hijo de Dios!" La religión volverá a tener su prestigio entre los
pueblos si sus predicadores la enseñan así: como fuerza de rebeldía y de
igualdad, no como instrumento de opresión. Predicar la resignación es
predicar la esclavitud. Es necesario, en cambio, predicar la libertad y
la justicia. ¡Es el amor el único camino por el que la religión podrá
llegar a ver el día de los pueblos!
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Predicar la resignación es predicar la esclavitud. Es
necesario, en cambio, predicar la libertad y la justicia.
¡Es el
amor el único camino por el que la religión podrá llegar a
ver el día de los pueblos!
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Yo vivo con mi corazón pegado al corazón de mi pueblo y conozco por eso
todos sus latidos. Yo sé cómo siente, cómo piensa y cómo sufre. No se me
escapa que muchas veces ha sido engañado y que en materia religiosa
tiene demasiado prejuicios y acepta numerosos errores. Yo no me siento
autorizada para juzgar sobre este trascendente tema. Mi mensaje está
destinado a despertar el alma de los pueblos de su modorra frente a las
infinitas formas de la opresión, y una de esas formas es la que utiliza
el profundo sentido religioso de los pueblos como instrumento de
esclavitud. El sentimiento religioso debe ser defendido por los pueblos
y por eso todas sus deformaciones reclaman una condenación imperdonable.
Yo creo que tanto mal han hecho a la humanidad los que creen que la
religión es una simple colección de formalidades exteriores como
aquellos que no ven otra cosa que principios de absoluta rigidez. La
religión es para el hombre y no el hombre para la religión, y por eso la
religión ha de ser profundamente humana, profundamente popular. Y para
que la religión sea así, profundamente popular; debe volver a ser como
antes. Ha de volver a hablar en el lenguaje del corazón que es el
lenguaje del pueblo, olvidándose de los ritos excesivos y de las
complicaciones teológicas también excesivas. Cuando al pueblo se le
habla con sencillez y con amor; acepta la verdad que se le ofrece. Y con
más fe todavía si se le predica con el ejemplo. Desgraciadamente nuestro
pueblo, y acaso todos los pueblos de la tierra, sólo han visto demasiado
interés en los predicadores de la fe y acaso por eso mismo, les han
cerrado el corazón.
Muchas veces, en estos años de mi vida, he pensado qué lejos estaban
ciertos predicadores y apóstoles de la religión del corazón del
pueblo... porque la frialdad y el egoísmo de sus almas no podía
contagiar a nadie ni sembrar en las almas el ardor de la fe, que es
fuego ardiente. Yo sé -y lo declaro con todas las fuerzas de mi
espíritu- que los pueblos tienen sed de Dios. Y sé también como trabajan
sacerdotes humildes en apagar aquella sed. Mi acusación no va dirigida
contra éstos, sino contra quienes por egoísmo, por vanidad por soberbia,
por interés o por cualquier otra razón indigna a la causa que dicen
defender, alejan a los pueblos de la verdad, cerrándoles el camino de
Dios. Dios les exigirá algún día la cuenta precisa y meticulosa de sus
traiciones con mucho más severidad que a quienes, con menos teología,
pero con más amor, nos decidimos a darlo todo por el pueblo. Con toda el
alma, con todo el corazón.
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Dios
les exigirá algún día la cuenta precisa y meticulosa de sus
traiciones con mucho más severidad que a quienes, con menos
teología, pero con más amor, nos decidimos a darlo todo por
el pueblo.
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Enemigos del pueblo son también los ambiciosos. Muchas veces los he
visto llegar hasta Perón, primero como amigos mansos y leales, y yo
misma me engañé con ellos, que proclamaban una lealtad que después tuve
que desmentir. Los ambiciosos son fríos como culebras pero saben
disimular demasiado bien. Son enemigos del pueblo porque ellos no
servirán jamás sino a sus intereses personales.
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Los
ambiciosos son fríos como culebras pero saben disimular
demasiado bien. Son enemigos del pueblo porque ellos no
servirán jamás sino a sus intereses personales.
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Yo los he perseguido en el movimiento peronista y los seguiré
persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo. Son los caudillos.
Tienen el alma cerrada a todo lo que no sean ellos. No trabajan para una
doctrina ni les interesa el ideal. La doctrina y el ideal son ellos. La
hora de los pueblos no llegará con ningún caudillo porque los caudillos
mueren y los pueblos son eternos. Por eso es grande Perón, porque no
tiene otra ambición que la felicidad de su pueblo y la grandeza de su
Patria. Y porque ha creado una doctrina - una doctrina es un ideal para
que su pueblo siga su doctrina y no su nombre. Yo pienso, en cambio, que
los pueblos cuando encuentran un hombre digno de ellos, no siguen su
doctrina, sino su nombre.
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Yo
pienso, en cambio, que los pueblos cuando encuentran un
hombre digno de ellos, no siguen su doctrina, sino su
nombre.
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Porque en el hombre y en el nombre ven encarnarse a la doctrina misma y
no pueden concebir la doctrina sin su creador. Por eso yo no puedo
concebir al justicialismo sin Perón, y por eso he declarado tantas veces
que yo soy peronista, no justicialista. Porque el justicialismo es la
doctrina, en cambio el peronismo es Perón y la doctrina. ¡La realidad
viva que nos hizo y que nos hace felices!
Los caudillos en cambio, los ambiciosos, no tienen doctrina porque no
tienen otra conducta que su egoísmo. Hay que buscarlos y marcarlos a
fuego para que nunca se conviertan en dueños de la vida y las haciendas
del pueblo. Yo los he conocido de cerca y de frente, y algunas veces
incluso me han engañado, por lo menos momentáneamente. Hay que
identificarlos y hay que destruirlos. La causa del pueblo exige nada más
que hombres del pueblo que trabajen para el pueblo, no para ellos. En
esto se distinguen los ambiciosos: en que trabajan para ellos, nada más
que para ellos. Nunca buscan la felicidad del pueblo, siempre buscan más
bien su propia vanidad y enriquecerse pronto. El dinero, el poder y los
honores son las tres grandes "causas", los tres "ideales" de todos los
ambiciosos. No he conocido ningún ambicioso que no buscase alguna de
estas tres cosas o las tres al mismo tiempo. Los pueblos deben cuidar a
los hombres que elige para regir sus destinos.
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El
dinero, el poder y los honores son las tres grandes
"causas", los tres "ideales" de todos los ambiciosos. No he
conocido ningún ambicioso que no buscase alguna de estas
tres cosas o las tres al mismo tiempo. Los pueblos deben
cuidar a los hombres que elige para regir sus destinos.
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Y deben rechazarlos y destruirlos cuando los vean sedientos de riqueza,
de poder o de honores. La sed de riquezas es fácil de ver. Es lo primero
que aparece a la vista de todos. Sobre todo a los dirigentes sindicales
hay que cuidarlos mucho. Se marean también ellos y no hay que olvidar
que cuando un político se deja dominar por la ambición es nada más que
un ambicioso; pero cuando un dirigente sindical se entrega al deseo de
dinero, de poder o de honores es un traidor y merece ser castigado como
un traidor.
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no hay
que olvidar que cuando un político se deja dominar por la
ambición es nada más que un ambicioso; pero cuando un
dirigente sindical se entrega al deseo de dinero, de poder o
de honores es un traidor
y
merece ser castigado como un traidor.
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El poder y los honores seducen también intensamente a los hombres y los
hacen ambiciosos. Empiezan a trabajar para ellos y se olvidan del
pueblo. Esta es la única manera de identificarlos. El pueblo tiene que
conocerlos y destruirlos. Solamente así, los pueblos serán libres.
Porque todo ambicioso es un prepotente capaz de convertirse en un
tirano. ¡Hay que cuidarse de ellos como del diablo!
No quisiera morirme, por Perón y por mis descamisados. No por mí, que he
vivido todo lo que tenía que vivir. Perón y los pobres me necesitan.
¿Sabrán mis "grasitas" todo lo que yo los quiero?
Si alguien me preguntase, en estos momentos difíciles y amargos de mi
vida, cuál es mi deseo más ferviente y cuál mi voluntad más absoluta, yo
les diría: vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Muchas veces, en
las horas largas y duras de mi enfermedad, he deseado vivir no por mí,
que ya he recibido de la vida todo cuanto podía pedir y más todavía,
sino por Perón y por mis "grasitas", por mis descamisados. La enfermedad
y el dolor me han acercado a Dios y he aprendido que no es injusto todo
esto que me está sucediendo y que me hace sufrir. Yo tenía todas las
posibilidades de tomar, cuando me casé con Perón, el camino equivocado
que conduce al mareo de las altas cumbres. En cambio Dios me llevó por
los caminos de mi pueblo y por haberlo seguido he llegado a recibir como
nadie el cariño de los hombres, de las mujeres, de los niños y de los
ancianos. Pero le pido a Dios que me dé algunas vacaciones en mi
sufrimiento.
Muchas veces, sobre todo en los años de la revolución, oía como los
altos jefes militares trataban de disuadir al Coronel de su amor por el
pueblo. Ellos no concebían que un oficial superior pudiese entregarse
así a "la chusma". Al principio creían que el Coronel hacia demagogia
para conquistar el poder. Fue entonces cuando, envidiosos del éxito de
Perón, le hicieron la primera revolución, le exigieron su renuncia y lo
encarcelaron en Martín García. Pero felizmente el pueblo ya lo había
conocido a Perón, y ya no veía en él al jefe militar con vocación de
dictador; sino al compañero cuyo corazón había sentido el dolor de
nuestra raza. Y el pueblo se lanzó a la calle dispuesto a todo. Los
jefes militares de la reacción huyeron asustados y la oligarquía se
escondió con ellos. Fue el 17 de octubre de 1945.
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Y el
pueblo se lanzó a la calle dispuesto a todo. Los jefes
militares de la reacción huyeron asustados y la oligarquía
se escondió con ellos. Fue el 17 de octubre de 1945
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Después, las cosas cambiaron. El Coronel, ya Presidente, siguió
fiel a sus descamisados. Ya no podía ser que fuese demagogo, como
decían. Era cierto entonces aquello de que Perón, un jefe militar,
concedía importancia fundamental a los trabajadores de su pueblo. Y a
medida que los trabajadores se organizaban constituyendo la más poderosa
fuerza del país, la oligarquía infiltrada también en las fuerzas armadas
preparaba la reacción.
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la
oligarquía infiltrada también en las fuerzas armadas
preparaba la reacción
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Yo he presenciado la dura batalla de Perón con el privilegio de la
fuerza, tan dura como las luchas contra el privilegio del dinero o de la
sangre. Yo sé lo que ha sufrido, aunque he tenido el raro y maravilloso
privilegio de ser algo así como el escudo donde se estrellaron siempre
los ataques de sus enemigos. Ellos, cobardes como todos los traidores,
nunca lo atacaron de frente, lo atacaron por mí... ¡Yo fui el gran
pretexto! Cumplí mi tarea gozosa y feliz, parando los golpes que iban
dirigidos a Perón. Sin embargo los que no me querían a mí, siempre
terminaron por alejarse de Perón. De alguna manera se fueron... ¡Y
muchos lo traicionaron! La verdad, la auténtica y pura verdad, es que la
gran mayoría de los que no quisieron a Perón por mí, tampoco lo quieren
sin mí. En cambio el pueblo, los descamisados, los obreros, las mujeres,
que me quieren a mí más de lo que merezco, son fanáticos de Perón hasta
la muerte. En el pueblo reside la fuerza de Perón, no en el ejército.
Solamente el pueblo lo quiere a Perón con fanatismo y sinceridad. Y
cuando en los últimos tiempos algunos oficiales de las fuerzas armadas
quisieron terminar con Perón, tuvieron que enfrentarse con el pueblo que
rodeó a su Líder; oponiendo a los traidores el pecho descubierto, la
fuerza infinita del corazón. Aún en el ejército, los hombres leales, aún
los que cayeron en defensa de Perón, fueron hombres del pueblo, humildes
pero nobles y fieles ante la defección traidora de la oligarquía. Aquel
día, el 28 de septiembre, yo me alegré profundamente de haber renunciado
a la vicepresidencia de la República el 22 y el 31 de agosto. Si no, yo
hubiese sido otra vez el gran pretexto. En cambio, la revolución vino a
probar que la reacción militar era contra Perón, contra el infame delito
cometido por Perón al "entregarse" a la voluntad del pueblo, luchando y
trabajando por la felicidad de los humildes y en contra de la
prepotencia y de la confabulación de todos los privilegios con todas las
fuerzas de la antipatria. ¡Este es el gran delito de Perón! El gran
delito que yo bendigo desde el fondo de mi corazón descamisado. En mí,
no tiene importancia ni tiene valor todo lo que yo siento de amor y de
cariño por mi pueblo, porque yo vine del pueblo, yo sufrí con el pueblo.
En cambio, el amor de Perón por los descamisados vale infinitamente más,
porque dada su condición de coronel, el camino más fácil de su vida era
el de la oligarquía y sus privilegios. En cambio se decidió por el
pueblo, contra toda probabilidad, venciendo las resistencias de muchos
compañeros y abrazó nuestra causa definitivamente. ¡Cometió el gran
delito! Pienso que, cometiéndolo, salvó él sólo a las fuerzas armadas de
mi Patria del descrédito y del deshonor. Si Perón no fuese militar,
nuestro pueblo estaría convencido de que las fuerzas armadas son un
reducto de la oligarquía. Los militares tienen, en este año de Perón, la
gran oportunidad de asegurarse el porvenir ayudándolo en su tarea de
servir al pueblo, partiendo de la base fundamental de que eso no es
delito: es servir a la Patria.
Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad
absoluta y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora,
la última voluntad de mi corazón. Donde esté Perón y donde estén mis
descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las
fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma. Si Dios llevase
del mundo a Perón antes que a mí, yo me iría con él porque no sería
capaz de sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con mis
descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con
mis niños para ayudarlos a vivir con el cariño de mi amor; para
ayudarlos a luchar con el fuego de mi fanatismo y para ayudarlos a
sufrir con un poco de mis propios dolores. He sufrido mucho, pero mi
dolor valía la felicidad de mi pueblo y yo no quise negarme - no quiero
negarme -, acepto sufrir hasta el último día de mi vida si eso sirve
para restañar alguna herida o enjugar alguna lágrima.
Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón, yo quiero quedarme
con él y con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi
fanatismo seguirán en ellos, seguirán viviendo en ellos, haciendo todo
el bien que falta, dándoles todo el amor que no les pude dar en los años
de mi vida, y encendiendo en sus almas todos los días el fuego de mi
fanatismo que me quema y me consume como una sed amarga e infinita. Yo
estaré con ellos para que sigan adelante por el camino abierto de la
justicia y de la libertad hasta que llegue el día maravilloso de los
pueblos. Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea
pueblo puro, en contra de todo lo que no sea la "ignominiosa" raza de
los pueblos. Yo estaré con ellos, con Perón y con mi Pueblo, para pelear
contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de
los explotadores y de los mercaderes de los pueblos. Dios es testigo de
mi sinceridad.
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Yo
estaré con ellos, con Perón y con mi Pueblo, para pelear
contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza
maldita de los explotadores y de los mercaderes de los
pueblos. Dios es testigo de mi sinceridad.
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El sabe que me consume el amor de mi raza, que es el pueblo. Todo lo que
se opone al pueblo me indigna hasta los limites extremos de mi rebeldía
y de mis odios, pero Dios sabe también que nunca he odiado a nadie por
si mismo, ni he combatido a nadie con maldad, sino por defender a mi
pueblo, a mis obreros, a mis mujeres, a mis pobres "grasitas" a quienes
nadie defendió jamás con más sinceridad que Perón y con más ardor que
"Evita". Pero es más grande el amor de Perón por el pueblo que mi amor;
porque él, desde su privilegio militar supo encontrarse con el pueblo,
supo subir hasta su pueblo, rompiendo todas las cadenas de su casta. Yo,
en cambio, nací en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne y alma y
sangre del pueblo. No podía hacer otra cosa que entregarme a mi pueblo.
Si muriese antes que Perón, quisiera que esta voluntad mía, la última y
definitiva de mi vida, sea leída en acto público en la Plaza de Mayo, en
la Plaza del 17 de Octubre, ante mis queridos descamisados. Quiero que
sepan, en ese momento, que quise y que quiero a Perón con toda mi alma y
que Perón es mi sol y mi cielo. Dios no me permitirá que mienta si yo
repito en este momento una vez más, como León Bloy, que "no concibo el
cielo sin Perón". Pido a todos los obreros, a todos los humildes, a
todos los descamisados, a todas las mujeres, a todos los pibes y a todos
los ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen a Perón como si
fuese yo misma. Quiero que todos mis bienes queden a disposición de
Perón como representante soberano y único del pueblo. que todos mis
bienes, que considero en gran parte patrimonio del pueblo y del
movimiento peronista, que es del pueblo, y que todo lo que dé "La Razón
de mi Vida" y "Mi Mensaje", sea considerado como propiedad absoluta de
Perón y del pueblo argentino. Mientras viva Perón, él podrá hacer lo que
quiera de todos mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso quemarlos si
quisiera, porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él, empezando
por mi propia vida que yo le entregué por amor y para siempre, de una
manera absoluta. Pero después de Perón, el único heredero de mis bienes
debe ser el pueblo y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi
pueblo que exijan por cualquier medio el cumplimiento inexorable de esta
voluntad suprema de mi corazón que tanto los quiso. Todos los bienes que
he mencionado y aún los que hubiese omitido deberán servir al pueblo, de
una o de otra manera. El dinero de "La Razón de mi Vida" y de "Mi
Mensaje", lo mismo que la venta o el producido de mis propiedades,
deberá ser destinado a mis descamisados. Quisiera que se constituya con
todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de
desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo
aceptasen como una prueba más de mi cariño. Deseo que en estos casos,
por ejemplo, se entregue a cada familia un subsidio equivalente a los
sueldos y salarios de un año, por lo menos. También deseo que, con ese
fondo permanente de Evita, se instituyan becas para que estudien los
hijos de los trabajadores y sean así los defensores de la doctrina de
Perón, por cuya causa gustosa daría mi vida. Mis joyas no me pertenecen.
La mayor parte fueron regalos de mi pueblo. Pero aún las que recibí de
mis amigos o de países extranjeros, o del General, quiero que vuelvan al
pueblo. No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía y por eso
deseo que constituyan, en el Museo del Peronismo, un valor permanente
que sólo podrá ser utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así
como el oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean el
respaldo de un crédito permanente que abrirán los bancos del país en
beneficio del pueblo, a fin de que se construyan viviendas para los
trabajadores de mi Patria. Desearía también que los pobres, los
ancianos, los niños, mis descamisados, sigan escribiéndome como lo hacen
en estos tiempos de mi vida y que el monumento que quiso levantar para
mí el Congreso de mi Pueblo recoja las esperanzas de todos y las
convierta en realidad por medio de mi Fundación, a la que quiero siempre
pura como la concebí para mis descamisados. Así yo me sentiré siempre
cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los
descamisados y Perón. Por fin, quiero que todos sepan que si he cometido
errores los he cometido por amor y espero que Dios, que ha visto siempre
mi corazón, me juzgue no por mis errores ni mis defectos, ni mis culpas,
que fueron muchas, sino por el amor que consume mi vida. Mis últimas
palabras son las mismas del principio: quiero vivir eternamente con
Perón y con mi Pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con
ellos, porque él también está con los humildes y yo siempre he visto en
cada descamisado un poco de Dios que me pedía un poco de amor que nunca
le negué.
Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo sean siempre sectarios
y fanáticos y no se entreguen jamás a la oligarquía. No puede haber,
como dice la doctrina de Perón, más que una sola clase: los que
trabajan.
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No
puede haber, como dice la doctrina de Perón,
más que
una sola clase: los que trabajan.
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Es necesario que los pueblos impongan en el mundo entero esta verdad
peronista. Los dirigentes sindicales y las mujeres que son pueblo puro
no pueden, no deben entregarse jamás a la oligarquía. Yo no hago
cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema
nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en
el mundo tratará siempre de vencemos. Con ellos no nos entenderemos
nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no
podremos darle jamás: nuestra libertad.
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Con
ellos no nos entenderemos nunca,
porque
lo único que ellos quieren es lo único que
nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad.
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Para que no haya luchas de clases, yo no creo, como los comunistas, que
sea necesario matar a todos los oligarcas del mundo. No, porque sería
cosa de no acabar jamás, ya que una vez desaparecidos los de ahora
tendríamos que empezar con nuestros hombres convertidos en oligarcas, en
virtud de la ambición, de los honores, del dinero o del poder. El camino
es convertir a todos los oligarcas del mundo: hacerlos pueblo, de
nuestra clase y de nuestra raza. ¿Cómo? Haciéndolos trabajar para que
integren la única clase que reconoce Perón: la de los hombres que
trabajan. El trabajo es la gran tarea de los hombres, pero es la gran
virtud. Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio
trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos,
y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad.
Pero, mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los
de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los
explotadores. Todo explotador es enemigo del pueblo. ¡La justicia exige
que sea derrotado!
Eva Perón
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